En la esquina de la avenida Colón y San Luis funciona la “Escuela de Doña Magdalena”, posiblemente el primer establecimiento educacional privado. Y algo curioso. El marido de la maestra Magdalena es un albañil que mide algo más de dos metros de altura.
Llega un científico de Buenos Aires en viaje de recreo y hace una disparatada oferta: comprar el esqueleto del albañil para ser estudiado. Claro que la entrega se haría después de la muerte, pero doña Magdalena ama la vida.
Apropósito, en 1887 un albañil gana 2,50 pesos por día trabajando toda la jornada, con solamente una pausa de tres horas alrededor del mediodía para el descanso. Así lo anuncia “El Bañista”, un semanario que intenta entretener
a los concurrentes a la Bristol.
Aquí ya hay disposiciones destinadas a reglamentar excesos que conspiran contra las buenas costumbres. Las señoras se quejan por las impertinencias de algunos insolentes y el prefecto Rubio, a cargo de la vigilancia playera, estipula: “Se prohíbe, en horas de baño, el uso de anteojos o cualquier otro instrumento de larga vista”.
¿Qué está ocurriendo para que se aplique prohibición tan severa? Es que en estos días hay gente grosera que se aprovecha de las aguas cristalinas que el oceánoAtlántico trae hacia estas playas. Las señoras bañistas llegan a la orilla del mar envueltas en capas que les cubren hasta los tobillos, pero apenas ponen los pies en la espuma, se despojan de esa capa. Y la malla, entonces, deja al descubierto gran parte de las piernas, lo cual aprovechan los hombres, ¿cómo? Mirando de rodillas hacia abajo al perforar las cristalinas aguas con largavistas.
Un trashumante mercachifle ha instalado un observatorio entre las rocas y alquila por hora esos catalejos. Va preso. “Se prohibe a los hombres acercarse a las bañistas a menos de 30 metros de distancia”. Ya rige la ley.
El árbol de Navidad
Mar del Plata crece y se expande. Los martilleros Sánchez y Moreno celebran la venta de varios terrenos en la manzana vecina al Bristol Hotel. Obtienen buenos precios: 5,70 pesos la vara cuadrada. ¡Qué bagatela! Al inmigrante
Francisco García Suárez lo invaden las nostalgias de su aldea española. Y como añora los árboles (en esta zona costera no los hay: predominan los arbustos en colinas y serranías, especialmente el achaparrado curro),
hace un hoyo en el amplio terreno cercano al arroyo Las Chacras. Coloca un ciprés y espera que el resto lo haga la naturaleza.
Alguna vez, en la plaza San Martin, habrá un añoso ‘árbol de Navidad” que, adornado con farolitos multicolores, será útil a los fines de atracción turística, evocándose -pesebre artificial mediante- el nacimiento de Jesús.
Don Francisco cumple su ciclo y muere. Deja fecunda familia. Todo avanza y se mueve; lo que quieto está, quieto muere ¡oh, gran sabio universal! Para cambiarse de ropa en la playa, las familias veraneantes han hecho construir casetas de madera. Y para trasladarlas de un lugar al otro, les han colocado ruedas. Sucede que las señoras son parlanchinas y para intercambiar parrafadas, logran que les coloquen tablones (planchadas, quizá) entre caseta y
caseta ¡Ya está! Qué pronto y fácil. Ha nacido, de tal modo, la primera rambla en la Playa Bristol.
Muere Patricio
“Antes de diez años, Mar del Plata será no un Trouville, sino un Atlantic City”. Lo profetiza nada menos que Paul Groussac. Aparece por acá invitado por José Luro. El hijo del vasco busca promoción del “Balneario”. La pasa bien, Groussac. A cuerpo de rey.
El 25 de abril de 1887 muere Patricio Peralta Ramos y con él se va también un ferviente aficionado a la poesía. Testimoniales son estos versos que dedicó a su esposa Cecilia:
Como cristiana fue su muerte
y como tal en corta despedida
entre mis brazos la vi dormida
sin el rechazo feo de la muerte.
Veinte años de ejemplar unión
sin interrupción por todos aclamada.
Y por ti, esposa adorada,
hasta el término de tu misión.
¿Es en abril cuando florecen las acacias? Ya las había en los bordes del arroyo que cruza el pueblo. También el vasco Pedro Luro está lejos de sus muelles, de sus campos y de sus arrebatos de ingeniería. Quedan sus obras; lo maravillosamente tangible de su tránsito por este mundo. Ahora, en estos momentos, yace en una silla de ruedas, silencioso y hosco. Sus ojitos grisáceos miran hacia ninguna parte. Hacia todas. Y un día cualquiera de 1890 muere en la misma región de los Pirineos que lo viera nacer y partir hacia la América India que tanto lo subyugó.
El destacado escritor y periodista marplatense Enrique David Borthiry escribió en la década del noventa la sección “Historia Viva de Mar del Plata”, en la que contaba con su particular visión hechos poco conocidos que se sucedieron a lo largo de los años. Más de tres décadas después, LA CAPITAL las rescata del archivo. Para leer y disfrutar.